Bailando en el laberinto negro
El transcurso del tiempo puede considerarse desde diversas perspectivas. Por un lado, su dimensión objetiva, medible, astronómica, es decir, relacionada directamente con los ciclos de luz solar y oscuridad. Por el otro, la sociedad establece pautas, ritmos, tiempos de producción y descanso, tiempos históricos y convenciones culturales relacionadas con fechas y formas de percepción de la temporalidad, que también varían de persona en persona. El tiempo biológico, el tiempo psicológico. Quizás puede pensarse al tiempo como una idea, pero una que se puede medir y que funciona a la vez de manera subjetiva y totalmente relativa. En todo caso, para abordarlo desde las artes visuales, es necesario crear nuevas herramientas de representación.
“¿Qué es el tiempo? No lo sabemos”, pregunta y responde Michel Siffre, científico francés, creador de la cronobiología, que se dedica a la exploración de los ritmos biológicos humanos, más allá de toda convención de temporalidad y de la visión de la luz solar. Los experimentos de Siffre consistieron en aislarse en una cueva, sin relojes ni ningún tipo de aparato que permitiera realizar una medición del tiempo, para estudiar la formación geológica, pero sobre todo los ritmos biológicos, los ciclos de vigilia y sueño de acuerdo a las necesidades propias del cuerpo y más allá de las convenciones culturales.
El colectivo de artistas Rosa Chancho creó una caverna artificial en su taller y, a partir del “interés exploratorio” que generó la instalación, el grupo decidió continuar las investigaciones de Siffre en la Caverna del Caos en Catinzaco, Provincia de La Rioja, pero aislándose como grupo y no individualmente. La muestra Sopor, en Mite, da cuenta de esa experiencia, intentando trasladarla o “transcribirla” al espacio de la galería.
La instalación está organizada visualmente en torno a un objeto escultórico marrón de forma indefinible, cubierto de papel madera. En las paredes de alrededor, frente a la entrada, un panel reúne bibliografía sobre cavernas, los diarios de Siffre, enciclopedias científicas y páginas de revistas de divulgación con fotos, gráficos, relatos de ciencia ficción, historietas y comentarios sobre la visión de los colores. Es decir, superpone una variedad de literatura ficcional, científica, teórica, práctica y pseudo-científica sobre cavernas, aislamiento, oscuridad y la exploración de mundos desconocidos. En otra pared, enfrentada y en diagonal, nueve páginas prolijamente enmarcadas transcriben las anotaciones realizadas durante la experiencia en la Caverna del Caos. Al lado, un pedestal de madera oscura con dos micrófonos espera a un conferenciante que dará su discurso de cara a la ventana que mira sobre Avenida Santa Fe. Sobre el vidrio, a su vez, se proyectan cuatro imágenes que se van alternando cada veinte minutos, como una suerte de presentación de Power Point funcionando lenta e interminablemente. El conferenciante está ausente, pero una pizarra blanca con gráficos parece mostrar los rastros de una explicación detallada que tiene el aspecto de haberse materializado desde la imaginación alucinada de un científico que todavía no llegó.
Leyendo en detalle las obervaciones de Rosa Chancho, el texto se convierte en la pieza principal de la muestra y podemos deducir que el experimento del grupo no se concentró tanto en los aspectos específicamente cronobiológicos y en la búsqueda de una verdad científica, sino más bien en las implicancias simbólicas del aislamiento lumínico y sus efectos en la mecánica del pensar y de la memoria. “Rodeados de oscuridad”, afirman, “con tan sólo una bombilla de luz, la memoria deja de capturar los momentos. Se olvida. Después de dos o tres jornadas, no recordamos lo que se ha hecho antes. Todo es negro”.
En la oscuridad, también los movimientos adquieren un sentido y una forma diferentes. “Pasamos mucho tiempo sin movernos (…) Es difícil distinguir quién lo dijo primero y qué vino después”, anota Rosa Chancho. Siffre también observó que “tenía la impresión de estar inmóvil, sin embargo me sabía llevado por el flujo ininterrumpido del tiempo. El tiempo era lo único en movimiento donde yo me desplazaba, intentaba determinarlo, y, cada noche, sabía que había fracasado.”
Pero cuando, inesperadamente, una luz ilumina la nave, entonces se alteran “las percepciones acerca del espacio, la perspectiva, el volumen, el vacío y el color. Desaparecen las imágenes. Se nos esfuma el pensamiento simbólico asociativo. No hay ningún punto más especial que otro hacia donde mirar”. Los límites entre el propio cuerpo y el espacio que lo rodea se van confundiendo. Las estalactitas y el barro se incrustan en los huesos, en la piel y en la boca.
El pensamiento, al no poder fijarse sobre ningún objeto, se encuentra en permanente metamorfosis y, en la lógica subterránea, las anotaciones indican que, en determinado momento, los sueños se convierten en lo que fue la realidad cotidiana afuera de las paredes de la caverna.
Rosa Chancho traslada esta experiencia de transformaciones al espacio exhibitivo, y así, la galería funciona también como un espacio-caverna. Un “agujero de vacío”, por ejemplo, aparece como un objeto tangible, una escultura, ocupando el centro de la habitación. Se ve como una especie de tótem de las cavernas cubierto con un papel madera de apariencia atemporal y representa, según cuenta Javier Villa, el “agujero de vacío” que el grupo utilizó para descartar los excrementos. “El oscurecimiento por medio del negro es peligroso (…). Así surge el marrón, color chato y duro, capaz de poco movimiento, y en el que resuena el rojo como un bullir apenas perceptible,” comenta un párrafo en uno de los libros abiertos sobre el panel de bibliografía. Mientras tanto, hacia la izquierda, dos caracoles de cuerpo rojo se deslizan sobre la ventana de vidrio que mira sobre la avenida.
La imagen de los caracoles forma parte de una supuesta presentación de Power Point, que es ahora un slide show en cámara lenta, con dos micrófonos que hablan por sí mismos, sin decir nada. Un texto de anotaciones, impreso, se convirtió en una serie de nueve cuadros sobre la pared. El corpus bibliográfico está también enmarcado como si fueran recortes provisoriamente pegados sobre un panel de pared, con libros abiertos y con las páginas permanentemente pegadas, que ya no pueden volver a cerrarse.
Siffre, por su parte, considera con precisión la noche, la oscuridad, la opacidad y la sombra. “La noche subterránea no es la noche cósmica, la opacidad es absoluta. En este mundo donde todo es nada, una sóla cosa subsiste, mi pensamiento: ¿también él se va a hundir en la sombra de la nada sin fin?”
En estas experiencias de oscuridad eterna, del largo día interminable y ante la ausencia de los ciclos que alternan el día y la noche, se deja de percibir el antes y después, desaparece la narración, transformando profundamente el sentido y la forma de todas las cosas y los pensamientos.
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